martes, 6 de julio de 2010

Los misterios de las manos

Para un niño las manos se transforman en una fuente inagotable de sucesivos misterios. Desde que nace, están marcadas por el enigma del deseo del Otro que, de algún modo, él pretende alcanzar; pero, cuando cree encontrarlo, se encuentra siempre con algún otro secreto que mágicamente encierra su mano.
En este recorrido los dedos le servirán, entre otras cosas, para indicar su deseo, para comenzar a jugar con los números y nombrar sus años. Se numera y se nombra a través de los dedos que, a su vez, tienen nombre propio: el índice, que indica y señala un enunciado, un mensaje, un sentido; el pulgar, que, pese a su pequeñez, conceptualiza la fuerza, la rectitud, la eficacia, el poder-de ahí que extendido hacia abajo da idea de fracaso, de derrota-; el dedo medio, el mayor, que en la antigüedad se relacionaba con los símbolos que manifestaban menosprecio; el dedo anular (annularis), que lleva este nombre por los anillos que en él se colocaban en señal de unión; y finalmente el meñique, que se asocia con algo muy pequeño y que también se designa como a "auricularis", pues, por su pequeñez, se emplea para retirar el cerumen de los oídos.
Como ninguna otra parte del cuerpo los dedos de la mano tienen un nombre propio más allá del cuerpo y de la propia mano; o sea, un significante se apropia de los dedos nombrándolos en una serie discursiva.
Los dedos también tienen en sí mismos cierto poder designativo. Designan en las huellas dactilares la "identidad" de un sujeto. Poseen un carácter escritural cuyas marcas producen efectos de diferencia. En este sentido las huellas digitales rompen la identidad común o general y sitúan lo singular.
Como se intenta puntualizar en este breve recorrido, la mano y sus dedos distan mucho de ser meros instrumentos fisiológicos mecánicos, pues allí se anuda la dimensión de existencia, que implicará el anudamiento simbólico, imaginario y real de un sujeto.
Para el bebé, la mano del deseo, en su actividad pulsional, constituye en sí misma una actividad (muscular) placentera. Es conocida la satisfacción que ella genera en relaciòn con su propio cuerpo y con el Otro.
El lactante no sólo desea tocarse su boca sino tocar la boca y el cuerpo del Otro. Ese toque, que se origina en el diálogo-tónico-libidinal que instauró ese Otro materno, determina la necesidad de repetir esa escena de naturaleza erógena-placentera. De este modo, el niño comienza a conocer y descubrir su cuerpo y el mundo; en este camino la mano (del deseo) se transforma en un instrumento libidinal esencial para su satisfacción.

bibliografía: Levin, Esteban, La infancia en escena, Editorial Nueva Visión, pág 124 -132



4 comentarios:

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  2. muy buen texto y lindo el video gabriela!
    excelente el trabajo del blog.. te felicito.

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  3. Gabi. qué importantes conocimientos nos acercás!
    Interesantes y educativas todas tus publicaciones.
    Tu blog es hermoso y...¡Qué ternura me da!
    Admiro tu trabajo.Un beso.

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  4. Gabi; Cuantos recuerdos!!!.. me hace acordar a mi hijita cuando era chiquita. Ahora ya es grande y a nosotras nos quedan esas etapas guardadas en los recuerdos más gratos.

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